"Su majestad, el rey"

...
Don Juan Carlos se dirige en su limusina, camuflado con unas gafas de sol, un bigote postizo y un sombrero Borsalino, hacia el piso de su querida. Su expresión se torna entusiasta cuando se adentran en un barrio de clase media, por el placer que siempre le ha producido entrar en contacto con la gente corriente, sin que puedan reconocerle.
Al llegar a la finca, uno de sus guardaespaldas, sale apresuradamente del automóvil para abrirle la puerta. Juan Carlos asciende sigilosamente por las escaleras, encabezado por tres de sus hombres, y con el resto de ellos a sus espaldas. Se detienen repentinamente al abrirse una puerta en el segundo piso, como si ello los hiciera pasar más desapercibidos. De ella sale disparado un niño de unos doce años, que reduce su marcha al pasar junto a la hilera de hombres, a los que observa curioso a su paso. Del interior del habitáculo, a través de la puerta que el muchacho con las prisas ha dejado entreabierta, se percibe el murmullo proveniente de un televisor. Juan Carlos se detiene con actitud curiosa, ya que el sonido que percibe le es familiar. Entonces cae en la cuenta de que se trata de la Recepción al Cuerpo Diplomático que tuvo lugar anteayer, y ahora la deben estar retransmitiendo en algún telediario. Cuando se acerca para poder escuchar un poco mejor, la intervención de una voz masculina lo sobresalta.
— ¡Será posible!... Tanta crisis, tanta deuda externa… Pues el Estado ya se podría ahorrar el sueldo de estos sinvergüenzas, ¡sólo hacen que vivir del cuento! ¡Son unos parásitos de la sociedad!
Juan Carlos se incorpora atónito y sigue ascendiendo por las escaleras con sus hombres tras él.
Toca el timbre. Una mujer con unos labios excesivamente voluptuosos y con un batín de seda le abre la puerta. Él se abraza a ella mientras hace un gesto a sus hombres para que lo esperen en el portal.
— Mi pichoncito… ¿qué es esa mala cara?
— Cascabelito mío… ¿tú crees que la gente piensa que soy un parásito de la sociedad?
— ¿Un para…qué?
— Pues alguien que se aprovecha de los demás…
— La verdad es que no se lo que piensa la gente, ya sabes que nunca hablo de ti… ¿quién puede pensar algo parecido de ti?, ¡si eres un trocito de pan! —mientras le acaricia el bigote—, pero de todas maneras, si tanto te preocupa, tal vez deberías hacer algo…
Juan Carlos se sienta en la cama pensativo, rascándose la barbilla con la mano derecha. Adelaida, su amante, se aproxima a él, se agacha y le desabrocha el pantalón. Le empieza a hacer una felación.
— Mmm… crisis, mmm… pueblo… —con las manos apoyadas en la cama.
Con un gesto impulsivo, la agarra de la cabeza apartándola de su pubis.
— ¡Ya lo tengo! ¡Debo reunirme con los representantes del pueblo, de los trabajadores, para valorar posibles acuerdos que faciliten la salida de la crisis! —baja la cabeza y la besa— ¡Gracias cascabelito!
Ella sonríe, mientras él se levanta y se saca el móvil del pantalón. Marca un número.
— ¡Quiero que dos de vosotros vigiléis día y noche el apartamento del segundo piso! ¡Cuando éste se vacíe, llamáis al técnico para que instale micrófonos en su interior y un receptor en éste piso!
Se vuelve a sentar y Adelaida prosigue con su tarea mientras él le acaricia su cabellera, un poco más relajado.

Juan Carlos vuelve a sus dependencias para formalizar algunos cambios en su agenda. Se reúne al cabo de algunos días con los dirigentes de los principales sindicatos, hecho que crea una gran agitación entre los medios de comunicación. Todo el mundo le felicita por su intervención, pero para él no es suficiente, no puede quitarse las palabras pronunciadas por aquel hombre: “¡sólo hacen que vivir del cuento! ¡Son unos parásitos de la sociedad!”. Hace unas cuantas noches que ya no puede dormir pensando que un solo español pueda tener semejante opinión sobre él y su familia.
Ése mismo día, hacia las doce, una hora antes de que dé comienzo el informativo, el rey llama a su chofer.
— ¡Corre! ¡Ya sabes a dónde! –mientras se pone el gorro, el bigote y las gafas de sol.
Entra en el piso de Adelaida. El salón está invadido por una mesa llena de aparatos conectados por una multitud de cables. Ella sale a su encuentro.
— Pichoncito, te he añorado mucho…
— Ya sabes que he estado muy atareado, cascabelito mío… ¡Ven!, vamos a ver que efectos ha causado mi decisión.
Se acerca a la mesa, toma uno de los auriculares y se lo pone. Adelaida se pone los otros. Oyen la voz de un presentador notificando los titulares de un informativo. Tras introducir las últimas novedades en el mundo del deporte, deja de sonar la música que acompaña los titulares. Una corresponsal, con un abrigo de plumas y los hombros encogidos, habla de las bajas temperaturas y la fuerte nevada que ha caído sobre la ciudad de Madrid.
Súbitamente, una voz masculina de carácter más intenso desvía la atención de Juan Carlos.
— ¡Matilde! ¡Tráeme una cerveza!
— Ya te has bebido cuatro, ¡y todavía no hemos comido!
— ¡Pues yo voy a comer cerveza!
— En vez de quedarte ahí emborrachándote, podrías ir a más entrevistas de trabajo, ¡te recuerdo que en un mes se te acaba el paro!
— Y de que me serviría… ¡quién me va a contratar con cincuenta y cinco años!
Se hace un silencio que deja paso a la voz del presentador del informativo. Explica la llamada de Su Majestad al consenso general. Adelaida presiona la mano de su amado con aire emocionado. Tras la emisión de un breve fragmento de su discurso, el presentador explica la reunión que mantuvo con diferentes dirigentes de los principales sindicatos del país, seguida de las opiniones de algunos políticos a ésta decisión. Todo son alabanzas en un inicio, aunque enseguida desvían el tema, inculpando al partido opuesto de la situación de discrepancia. Adelaida lo felicita exaltada. Él la insta a calmarse.
— Shhh… aguarda un momento cascabelito.
Inmediatamente después, la voz masculina vuelve a intervenir.
— ¡A éste payaso, quién le manda meterse en política! ¡Más le valdría seguir con su actitos y sus diplomacias! ¡Y anda que los otros…! ¡Aquí todo el mundo chupa del bote!
Juan Carlos se apoya en el respaldo de la silla completamente abatido.
— Cascabelito… ¿Me podrías poner un güisqui doble?

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