"Parada de emergencia" (versión anterior)

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Carmen conduce alegre, tarareando una canción de ABBA que suena en la radio. Manuel, su marido, le hace los coros. Ella comenta la ilusión que le hace volver a ver a sus nietos: seguro que han crecido un palmo más. Él sigue haciendo los coros de la canción, como si no hubiera escuchado nada. Repentinamente, Manuel se coloca las manos en el vientre cambiando la expresión de su cara. Levanta la izquierda y golpea estrepitosamente a su mujer en el hombro.
- ¡Para, para! ¡Para que me meo!
Carmen, asustada, da un pequeño volantazo.
- ¡Pero que haces! ¡No hagas eso, estoy conduciendo!
- ¡Para! –prosigue- ¿No querrás que llegue a casa de mis nietos completamente mojado?
- Aguanta un momento, ¡Pareces un niño!
Carmen ve la señal que indica un área de servicio. Se desvían por la salida. Manuel, abre la puerta del coche cuando éste aún está en marcha. Carmen para. Él sale a toda prisa hacia el restaurante, con las manos en el vientre. Camina con un ligero cojeo. Entra. El restaurante está completamente vacío. Detrás de la barra, un camarero seca algunas copas con un aire un poco aburrido. Manuel le pregunta dónde está el baño. El camarero se lo indica con el dedo índice. Sigue la dirección indicada. Entra en un pasillo un tanto oscuro. El cojeo es cada vez más pronunciado. Se detiene ante una de las puertas. Mira el cartel sin llegar a distinguir su simbología por la falta de luz. Exclama un «aaiiii» mientras una mancha transparente se extiende por su pantalón.
Carmen entra en el restaurante. Le da un escalofrío. Las mesas, de un estilo barroco, están llenas de polvo. Se sienta en la barra. Le pide un café al camarero. Éste deja de secar las copas, con cierta lentitud, y se dirige hacia la cafetera. Le sirve el café. Carmen saca un cigarrillo.
- Perdone… ¿Tiene fuego?
- Señora, no creo que tenga usted edad para fumar.
- Y yo no creo que sea de su incumbencia…
El camarero le deja un mechero encima de la barra, con la misma pasividad que le ha servido el café.
Carmen aplasta el cigarrillo sobre el cenicero. Mira el reloj: ya han pasado veinte minutos y su marido todavía no ha salido del baño. Se impacienta. Se dirige hacia un pasillo que da al comedor, suponiendo que ahí estarán los baños. Se detiene ante la primera puerta. La golpea llamando a su marido, pero no recibe ninguna respuesta. Abre la puerta, pero no encuentra a nadie en su interior. Prueba lo mismo con el baño de mujeres, pero está vacío. Se dirige aterrada hacia el comedor.
- ¿Ha visto salir a un señor de unos sesenta años?
- No, sólo lo vi entrar –con aire pasivo.
- ¡Es mi marido! Ha entrado para ir al baño. Pero no está ahí. –le explica alterada.
- ¿Ha mirado en el baño de mujeres? -Le dice con cierta indiferencia.
- ¡Pues claro!
- ¿Tal vez se haya ido a por tabaco? –con tono cínico.
Carmen se lleva las manos a la cabeza. Se le nublan los ojos.
El camarero cambia la expresión de su cara. Le ofrece un vaso de agua.
- Venga, señora, no se preocupe… tal vez haya ido a dar una vuelta, con el sol que hace, apetece estar en el exterior.
- Usted no lo entiende… -sollozando- hace días que anda un poco raro, se olvida de las cosas… ¡parece un niño!
- Venga, no se preocupe… le ayudo a echar un vistazo.
El camarero sale de la barra. Se dirige hacia el baño de hombres. Carmen lo sigue. Por el pasillo resbala con algo. Se agacha. Lo toca con la mano y lo huele.
- “Ejj” Creo que su marido no ha llegado a entrar en el baño.
Abre la puerta. Entra y lo inspecciona. Cierra la puerta entreabierta del armario. Entra en el de mujeres, pero no ve nada extraño. Mira también en el almacén. Todo está en orden. Sale al exterior por la puerta de emergencia que da al pasillo. La abre. Ante ellos, se extiende un enorme campo de trigo. Carmen grita el nombre de su marido pero nadie le contesta. El camarero se detiene. Mira fijamente el cubo de basura. Esta entreabierto y de él cuelga la pata de un pantalón. Lo saca.
- Señora, ¿reconoce éste pantalón?
Carmen se desmorona. Llora como una desesperada.
- S..so…son de mi marido.
El camarero le pone la mano en el hombro.
- No se preocupe… mmm… ahora llamamos a la policía.
Entran en el interior. El camarero marca un número en el teléfono. Le explica a la policía lo ocurrido. Calla unos instantes, asiente y cuelga el teléfono.
- Dicen que no es denunciable hasta el tercer día de desaparición. Mmm ¿Tiene familia? Tal vez podamos llamar a alguien para que la venga a buscar.
- No gracias, creo que puedo conducir. Iré a casa de mi hija. Gracias por todo.
Carmen sale cabizbaja del restaurante. Se dirige hacia el coche. No entiende qué ha podido pasar. Tal vez se haya molestado porque le ha dicho que parecía un niño. No puede creer que eso sea lo último que le ha dicho. Se seca las lágrimas. Pero, si ha huido, ¿porque ha dejado sus pantalones? Tal vez se está trastocando, y ahora anda perdido como un niño indefenso… Y… si lo hubieran raptado… Pero ¿quién? ¡No han oído llegar a ningún coche!
Abre la puerta del coche. Se sienta. Introduce la llave con la intención de arrancar. Oye un susurro.
- Carmen…
Carmen se sobresalta. Se da la vuelta y ve a su marido tumbado en los asientos traseros, con unos pantalones que no son suyos. Carmen sonríe con lágrimas en los ojos.
- Has tardado mucho, corre arranca antes de que nos pille… -aún susurrando.
Carmen se avalancha sobre él y lo abraza.
- No me riñas, pero es que no quería aparecer con los pantalones manchados…
Carmen lo interrumpe:
- Me alegro de verte Manuel.

2 comentarios:

  1. uau txus, acabo d'al.lucinar amb aquesta història...em trec el barret...has d'aprofitar aquest dò que tens..hem de treballar junts..

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  2. torno a escriure perquè m'he quedat curt... és impresionant...inmillorable... vaig a llegir-ne un altre...salut

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