"Parada de emergencia" (versión anterior)

...
Carmen conduce su Seiscientos, concentrada en las curvas de la carretera. Manuel, su marido, tararea una canción de ABBA que suena en la radio. Ella vislumbra un coche en el retrovisor. Lo ve un tanto borroso, tal vez sea la edad que le empieza a hacer estragos. El coche se acerca a gran velocidad. Reduce al llegar a la parte posterior del Seiscientos al que se amorra. Carmen frunce el ceño con aire nervioso. El coche se balancea intermitentemente con intención de adelantarlos, pero no se decide por la poca visibilidad. Toca la bocina presionando. El conductor saca la cabeza por la ventanilla.
- ¡Abuela! ¡A esta velocidad va a provocar un accidente!
Carmen se acerca al arcén. El coche los adelanta en una recta.
- ¡Será estúpido! Casi provoca él el accidente. ¡Estoy harta, a cierta edad ya nadie te respeta!
Manuel sigue tarareando, mientras menea los dedos índices de un lado para el otro como si no hubiera escuchado nada. Carmen lo mira.
- Y tú, ¿No dices nada? –mientras apaga la radio.
- ¡Bruja, bruja! –le dice Manuel berreando- ¡No me quites la música!
Carmen conecta la radio. Desde hace aproximadamente un mes, su marido no es el mismo. Ya no puede mantener con él una conversación adulta.
Repentinamente, Manuel, deja de cantar. Se coloca las manos en el vientre cambiando la expresión de su cara. Levanta la izquierda y golpea estrepitosamente a su mujer en el hombro.
- ¡Para, para! ¡Para que me meo!
Ella, asustada, da un pequeño volantazo.
- ¡Pero que haces! ¡No hagas eso, estoy conduciendo! ¡Aguanta un momento!
- ¡Para! –prosigue golpeándole el hombro- ¿No querrás que llegue a casa de mis nietos completamente mojado?
- ¡Basta ya! –levantando la mano- ¡Quieres parar de comportarte como un crío!
Manuel se calla y baja la mirada.
Carmen ve la señal que indica un área de servicio. Se desvían por la salida. Reduce la marcha mientras mira dónde puede aparcar. Manuel, abre la puerta del Seiscientos cuando éste aún está en marcha. Carmen detiene el vehículo. Manuel sale a toda prisa hacia el restaurante, con las manos en el vientre. Camina con un ligero cojeo. Entra en el interior. Sigue la dirección que indica una señal con la simbología de los baños. Llega a un pasillo abarrotado por un grupo de mujeres haciendo cola.
- ¡Por favor, déjenme pasar!
Las mujeres se apartan con cierta pasividad. El cojeo es cada vez más pronunciado. Se detiene ante la siguiente puerta. Cuando intenta abrirla, exclama un «aaiiii» mientras una mancha transparente se extiende por su pantalón.
Carmen entra en el restaurante. Se coloca tras una larga cola. Lanza una mirada de 180 grados. Sobre un espacio enorme, se aposentan isletas llenas de comida prefabricada, conectadas por caminos delimitados por barandas metálicas, en los que se indica la dirección a seguir con una flecha pintada en el suelo. Más que un restaurante le recuerda a un parque de atracciones. La cola parece no avanzar. No puede creer que en semejante espacio sólo haya un camarero, vestido además con un traje ridículo. Es su turno.
- Un café, por favor.
- ¿Algo más? –mientras teclea algo en el ordenador, sin ni siquiera mirarla a los ojos.
- Mmm… Perdone, ¿no podría servirme el café en una taza?
- ¡Aquí sólo tenemos vasos de plástico! Venga, rápido, ¿No ve la cola que está formando?
Carmen paga el café. Se lo toma. Mira el reloj: ya han pasado veinte minutos y su marido todavía no ha salido del baño. Se impacienta. Sale al exterior para ver si éste le está esperando en el coche pero no lo ve. Vuelve a entrar. Se dirige, por uno de los caminos trazados, hacia los baños. Se detiene ante una aglomeración de mujeres. La atraviesa entre miradas desconfiadas, cómo si pensaran que trata de colarse. Se detiene ante el baño de hombres. Golpea la puerta llamando a su marido. No recibe ninguna respuesta. Entra y lo inspecciona, pero no encuentra a nadie en su interior. Cuando se dispone a salir, aparece un hombre lleno de tatuajes y con una larga barba en la que reposan restos de comida.
- Uhuu… señora… ¿Le va la marcha? –un tanto irónico.
Carmen sale del baño apresurada. Mira hacia la derecha: la única puerta que ve, es la salida de emergencia. Se dirige hacia la aglomeración de mujeres.
- ¿Han visto entrar a un señor de unos sesenta años? –mientras se hace hueco entre ellas.
- Señora, ¡He visto maneras menos descaradas de colarse!
Las mujeres comienzan a alborotarse. Carmen entra, hecha un vistazo y sale del interior. Se dirige hacia el restaurante con aire preocupado.
- ¿Dónde se habrá metido? –se dice a sí misma.
En una de las isletas, ve a un hombre de espaldas, con pelo grisáceo, cogiendo un sándwich envasado. Se acerca a él y le pone la mano sobre el hombro.
- ¿Manuel?
El hombre se gira.
- Señora, creo que se confunde.
Carmen, alterada, empieza a preguntar a todos los ocupantes del restaurante si han visto un hombre de unos sesenta, con pelo y bigote grisáceo. Pero la respuesta siempre es la misma: un “no” con aire pasivo, un “no” de siga buscando. Nadie se ofrece a ayudarla.
Sale al exterior y camina hacia una hilera de camiones aparcados en la parte trasera. Al aproximarse, se percata de que la cabina de uno de ellos está abierta y unas piernas salen de su interior.
- Disculpe… ¿Oiga?
- Siii,… ¿No respeta usted las siestas? –responde una voz masculina.
- ¡Es mi marido! No lo encuentro, ha entrado para ir al baño. Pero no está ahí. –le explica nerviosa.
Él se incorpora: es el hombre tatuado.
- ¿Ha mirado en el baño de mujeres? -Le dice con cierta indiferencia.
- ¡Pues claro!
- Entonces, tal vez se haya ido a por tabaco –con tono cínico.
Carmen se lleva las manos a la cabeza. Se le nublan los ojos. El camionero baja de la cabina.
- Venga, señora, no se preocupe… tal vez haya ido a dar una vuelta, con el sol que hace, apetece estar en el exterior.
- Usted no lo entiende… -sollozando- hace días que anda un poco raro, se olvida de las cosas… ¡parece un niño!
- Venga, no se preocupe… le ayudo a echar un vistazo.
Dan una vuelta por el exterior. Miran entre los camiones aparcados. Pancho pregunta a sus colegas, pero nadie lo ha visto. Echan un vistazo entre los coches aparcados y un merendero, pero no tienen suerte. Pancho saca un cigarrillo. Le ofrece a Carmen si quiere fumar. Ella acepta, a pesar de que hace muchos años que lo dejó. Se queda anonadada con la mirada dirigida hacia un cubo de basura situado justo al lado de la puerta de emergencia. Vuelve en sí. Se percata de que el cubo esta entreabierto y de él cuelga la pata de un pantalón que le es familiar. Lo saca: efectivamente es de su marido. Carmen se desmorona. Llora como una desesperada. Pancho le pone la mano en el hombro.
- No se preocupe… ahora llamamos a la policía.
Pancho saca el móvil y marca un número en el teléfono. Le explica a la policía lo ocurrido. Calla unos instantes, asiente y cuelga el teléfono. «Serán cabrones» susurra.
- Dicen que no es denunciable hasta el tercer día de desaparición… ¿Tiene familia? Tal vez podamos llamar a alguien para que venga a recogerla.
- No, creo que puedo conducir. Iré a casa de mi hija. Gracias por todo.
Carmen sale cabizbaja del restaurante. Se dirige hacia el coche. No entiende qué ha podido pasar. Tal vez se haya molestado porque le ha dicho que parecía un niño y se ha huido con la pataleta. Se le escapan unas lágrimas, no puede creer que eso sea lo último que le ha dicho. Se seca las mejillas. Pero, si ha huido, ¿porque ha dejado sus pantalones? Tal vez se está trastocando, y ahora anda perdido como un niño indefenso… Y… si lo hubieran raptado… Pero ¿quién?
Abre la puerta del coche. Se sienta. Cuando introduce la llave con la intención de arrancar oye un susurro.
- Carmen…
Carmen se sobresalta. Se da la vuelta y ve a su marido tumbado en los asientos traseros, con unos pantalones que no son suyos. Carmen sonríe con lágrimas en los ojos.
- Has tardado mucho… ¡corre, arranca antes de que nos pille…! -aún susurrando.
Carmen se avalancha sobre él y lo abraza.
- No me riñas, pero es que no quería aparecer con los pantalones manchados…
Carmen lo interrumpe.
- Me alegro de verte Manuel.

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