"Cobardes anónimos"

— Hola, mi nombre es Consuelo… ¡y soy cobarde! —declara una mujer de pelo corto y canoso, entre una avalancha de aplausos.
— Bienvenida Consuelo, mi nombre es Paula Sweemer, y yo soy la moderadora de este grupo. Espero que te sientas cómoda entre nosotros —mirando enorgullecida al resto de los asistentes mientras se acaricia la melena—. Chicos, den la bienvenida a su nueva compañera.
— ¡Bienvenida Consuelo! —exclaman todos a la vez provocándole un sobresalto.
— ¡Bien chicos! —prosigue Paula—, demos comienzo a la sesión de hoy —dirigiéndose hacia un señor de tez pálida y unas gafas de cristal grueso—. Contános Manuel, ¿Cómo te fue la semana?
— Pu… pues ayer bajé con mi jefe, como acostumbramos, para almorzar —mientras se recoloca sus pesadas gafas—, y cuando nos dirigíamos hacia la caja, me volvió a pedir un euro para el café…
— ¿Y? —interrumpe Paula.
— Reconozco que le contesté sin mirarle a los ojos…, y tampoco fui capaz de mantener el tono de voz firme… —dice bajando la mirada.
— No seas tan negativo, ¡esa mala energía no te va a ayudar! —levantándose de la silla mientras menea los brazos de arriba abajo—, decínos, ¿qué le contestaste?
— Le pedí, muy delicadamente, que me devolviera cada uno de los euros que le he estado prestando durante los últimos dos años… —presionando el puño con fuerza.
Los asistentes aplauden efusivamente.
— ¡Mis más sinceras felicitaciones Manuel! Estamos todos muy orgullosos de vos —proclama Paula volviéndose a sentar—. Entonces, ¡No entiendo! ¿Por qué estás tan apagado?
— Ehh —solloza escondiendo la cabeza entre sus antebrazos—. Porque mi delicadeza fue tal, que no me escuchó, y tras su “¿qué has dicho?”, fui incapaz de repetírselo.
— Mi amor…, no te culpes, fuiste débil, ¡todos podemos ser débiles! —levantando los brazos—. ¡Chicos, repitan conmigo!
— ¡Todos podemos ser débiles! ¡Todos podemos ser débiles! —exclaman todos a la vez.
Consuelo los mira sorprendida.
— Manuel, no tenés que decaer, progresaste mucho a pesar de tu fracaso —continúa Paula mientras hace un gesto con la cabeza para retirarse el pelo de la cara—. Estoy convencida de que el próximo día sabrás imponerte —añade solemne.
Cambia la expresión de su cara dirigiéndose a otro de los asistentes.
— Jorge, ¿Qué hacés vos aquí? ¡Pensé que ya estabas rehabilitado!
— Sí, pero es que os echaba de menos —sonriendo como si se tratase de una travesura.
— ¡Buenísimo Jorge! Nosotros también te extrañamos éste tiempo —contesta satisfecha.
Sigue con la ronda de preguntas dirigiendo la mirada hacia una chica jovencita con los labios pintados y mechas rosas.
— ¿Cómo te fue esta semana, Bea?
— ¡Lo he hecho! —levantándose de un brinco de su asiento. Todos, a excepción Consuelo, se incorporan para expresarle sus felicitaciones.
— Genial Bea, ¡estoy orgullosa! -colocando la barbilla entre los dedos índice y pulgar—. Decíme, ¿cómo fue?
— Se lo expliqué todo: lo del embarazo, lo de mis dudas sobre su paternidad y lo de que quiero criar a mi hijo con su hermano, el hombre al que verdaderamente amo… ¡como tú me dijiste que debía hacer!
— Y él, ¿cómo lo tomó?
— Pues… no lo sé, ¡aún no me ha respondido el mail!
Paula se quita las gafas, baja la cabeza y la apoya sobre la palma de su mano. Se queda unos minutos en silencio hasta que exhala un largo suspiro. Consuelo presiona los labios.
— ¿Un mail? ¿En que momento te dije que le mandes un mail? ¡Es que no aprendiste nada! —levantando la cabeza con mirada de desaprobación. Bea se encoge en su asiento asustada—. Tendremos que trabajar muy duro… —colocándose las gafas otra vez.
Suspira y prosigue con otro de sus compañeros.
— Luis, espero que nos traigas mejores noticias.
— ¡Pues no! —contesta un hombre con algunas entradas, encogiendo los hombros—, creo que ha ido a peor.
— ¿Qué pasó?
— Ahora se ha apoderado de mi sillón —responde con la voz temblorosa.
— Luis… —suspirando—, ponéle un bife en el suelo, y cuando vaya a buscarla, te sentás vos. ¡Sólo es una perra!
— ¿Crees que no lo he intentado? —replica indignado—. ¡Pero es más lista que todos nosotros! No le hace ni caso a la chuleta cuando yo estoy presente…Y cuándo me acerco y le pido que se baje, me lanza esa mirada cínica tan suya…
— Pues devolvéle la mirada, y no la apartes. Una mirada amenazante, mirá así —mientras se retira las gafas y le lanza una mirada, sacando los morros hacia fuera.
A Consuelo se le inflan los pómulos. Paula se coloca de nuevo las gafas.
— Querido, vos podés hacerlo, lo veo en tus ojos… —con tono persuasivo.
Su expresión se torna más relajada al desviar la mirada hacia un hombre con una pajarita roja.
— Carlos, ¿qué nos contás?
— Mi novia me ha dado un ultimátum: si no salgo de casa de mi madre, romperá conmigo.
— ¡Yo también rompería con vos! Carlos, llevás juntos más de veinte años…
— Ya lo sé… pero vosotros no conocéis a mi madre, tiene mucho carácter… —mientras un tic se apodera de su pierna provocándole un leve temblor.
— Carlos —interrumpe Paula acercándose a él—, tenés cincuenta y cinco años, ¡llegó la hora de que tu madre asuma tu emancipación!
— Es que… —aflojándose la pajarita— cada vez que intento hablarle del tema, se me hace un nudo en la garganta y las piernas me empiezan a temblar de un modo incontrolable…
— Pues cuando te vuelva a pasar, vos cerrás los ojos, inspirás profundamente y después espirás igual de profundo, ¡chicos, todos conmigo! —todos se levantan a excepción de Consuelo, que cubre su boca con la mano— inspirar, uhhh y espirar ffffff, uhhh, fffff —se detienen y toman asiento—. Bien Carlos, confío en vos, estoy segura de que sos capaz de hacerlo —con tono convincente.
Se recoloca las gafas con el dedo índice.
— Bueno chicos, para finalizar la sesión de hoy, tenemos una nueva incorporación. Consuelo —dirigiéndose hacia ella— contános…
Todos la miran intrigados. Ella se mantiene unos segundos, completamente inmóvil, con la mano aún sobre su boca. Paula se acerca a ella.
— Consuelo, ¿está todo bien? —mientras le intenta retirar la mano.
Consuelo se resiste hasta que ya no puede más. Suelta una carcajada que deja a todos boquiabiertos. Recupera la respiración, se levanta y se dirige hacia la salida aún riendo.
— ¡Será boluda! — reacciona Paula indignada—. ¡Ése es el ejemplo a no seguir! —mientras se levanta de la silla— Chicos, ¿cómo fue la actitud de Consuelo?
— ¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Cobarde! —exclaman todos a la vez dando palmas.

"La bobina de la fortuna"

...
Su impaciencia se incrementa cada vez que suena el esperpento que provocan las bobinas con frutas multicolores al voltear a ritmo esquizofrénico. Ya han pasado cinco días y todavía sigue recluida entre una columna interminable de monedas, con las que no tiene mucho en común a pesar de su idéntica apariencia. La mayoría parecen adormecidas, tal vez resignadas por la constante frustración que provoca una voz grabada en la máquina, que anuncia al jugador la posibilidad de seguir jugando tras cada tirada fallida.
El reluciente acabado de la superficie de su cuerpo delata su juventud; de hecho, llegó el mismo día en que fue acuñada. Recuerda su breve encuentro en el banco, ese mismo día, con otra moneda en cuya tez se extendían unas manchas marronosas. Le habló de la cantidad de países que había visitado y le auguró una vida llena de éxito y aventuras. Añadió que tenía una gran suerte al haber nacido moneda, “Jamás nadie te abandonará, siempre habrá alguien que se agache a recogerte” le decía. Desde entonces decidió presentarse como RIAM, la reluciente, intrépida y aventurera moneda.
El alboroto que provocan de nuevo las bobinas acaba con su paciencia.
— ¿Alguien puede decirme cuándo saldremos de aquí?
Desde una de las hileras inferiores, surge una voz con un tono de ultratumba.
— ¿A qué viene tanta impaciencia, jovencita?
— ¿Cómo puede decir eso? ¡Estamos totalmente desaprovechadas aquí dentro! Con la de aventuras que nos esperan por ahí…
— Sí, unas aventuras increíbles, de una máquina al monedero, del monedero a otra máquina… y eso sucede si tienes suerte y no te has colado en ninguna cloaca… ¡Por lo menos aquí estamos tranquilas y no pasamos frío!
— ¡Lo siento mucho por usted! Tal vez no haya tenido una vida muy satisfactoria… ¡Pero yo quiero salir de aquí!
— Pues tendrás que esperar un poco, porque no depende de nosotras, sólo la suerte sabe cuando se abrirán las compuertas…
— ¿Y si empujamos todas a la vez?
La vieja moneda suelta una carcajada.
— Pero chiquilla… ¿Aún no te has dado cuenta? ¡Sólo somos simples monedas!
— Usted creerá que es una simple moneda, pero yo tengo entendido que somos uno de los bienes más valorados entre los hombres…
— ¡Que inocente eres…! Aisladas no tenemos el valor que tú crees jovencita...
RIAM desvía su atención al volver a oír el volteo de las bobinas. Cuando se detienen, un estruendo polifónico sustituye la habitual voz de “siga jugando”. Se abren las compuertas. Una emoción la invade provocando casi la desaleación del níquel-latón-cobre que la compone, mientras cae de manera vertiginosa. Al llegar al fondo del cajón choca con otras monedas que salen disparadas hacia el exterior. Unas manos rudas, patosas y algo bastas la recogen sin la delicadeza que ella hubiera esperado, depositándola en una bolsa de plástico junto a las demás. Se desplazan sin ver que pasa a su alrededor balanceándose de un lado para el otro, hasta que un gesto eleva la bolsa, para después soltarla bruscamente sobre la barra. Pepe, el hombre de las manos rudas, pide un coñac. Abre la bolsa y golpea las monedas algo excitado, a modo de orangután. RIAM sale de su interior impulsada por el rebote que provocan sus impactos sobre las piezas. Cae en un tremendo charco de whisky sobre el que reposa una moneda totalmente embriagada.
— ¿Te hace un trago?
— ¡No, yo lo que quiero es salir ya de este bar!
— ¡Ip! —suelta una carcajada— Sabes… una vez has entrado, ya no sales…
— ¡No sabes lo que dices! No me extraña que no puedas salir de aquí con la que llevas encima…
— ¿Pero que te crees? ¡Ip! ¿Que puedes moverte por propia voluntad? ¡Ip! Yo sólo me adapto…, ya que estoy aquí metido, por lo menos paso un buen rato…
Un dedo índice se coloca sobre RIAM desplazándola hacia la bolsa. Pepe toma el último trago y pregunta al camarero cuánto es el coñac. RIAM mira temerosamente la caja, mientras él la desplaza hacia el borde de la barra.
— ¡Coño, Pepe! ¡No me endoses la pringada! —le recrimina el camarero.
RIAM, tras el sobresalto, visualiza el inicio de sus intrépidas aventuras. “La suerte está de mi parte” se dice. Sale de su estado de ensoñación al oír chirriar la puerta de entrada. Todos los hombres se dan la vuelta, siguiendo con la mirada el sigiloso movimiento de trasero de la muchacha que acaba de entrar. Se dirige hacia la barra y pregunta al camarero, con un acento extraño, si le daría cambio.
—Anda Pepe, cámbiale tú, que yo ando un poco escaso…
A RIAM se le hubieran abierto los ojos de par en par si los tuviera. Esa chica encarna su gran ilusión. Por su acento parece de otro país, seguro que la llevará a conocer lugares exóticos que ni puede llegarse imaginar.
Pepe selecciona las monedas de una en una con cierta dificultad, dado el nivel de alcoholemia que corre por sus venas. RIAM observa la jugada casi a modo de tortura. Consigue encontrar, entre la multitud de piezas, nueve monedas de euro. La muchacha le indica que hay una justo al lado de la bolsa. Pepe contesta que buscará un poco mejor ya que esa está pringada. Revuelve un poco más por el interior de la bolsa hasta encontrar una nueva moneda. La muchacha se desvanece junto a los sueños de RIAM.
Pepe se levanta del taburete con cierta dificultad. Recoge sus monedas y se dirige hacia la salida balanceándose de un lado para el otro. RIAM se consuela pensando que habrá más oportunidades, no debe decaer ante la primera derrota, tal vez cambie de manos en un supermercado o en una panadería… porque con semejante mequetrefe, no cree que vaya a ver mucho mundo… Pepe se desplaza como si necesitara unos segundos para que su cerebro diese permiso a cada una de sus piernas para avanzar. Cuando está a punto de tomar el pomo de la puerta, la máquina tragaperras lanza un sonido hechicero. Se detiene. La mira fijamente con los ojos hipnotizados. Permanece en esa posición unos instantes, como si en su interior tuviera lugar un debate entre la sensatez y la tentación. Sin desviar la mirada, se aproxima al aparato, mientras introduce su mano en el interior de la bolsa. Saca el puño rebosado de monedas entre las que se encuentra RIAM, completamente acongojada. Agarra entre su dedo índice y pulgar una de ellas. Levanta el brazo perdiendo ligeramente el equilibrio hacia atrás. RIAM se desliza entre las monedas cayendo al suelo. Pepe no se percata por el trance en el que esta sumido. Lanza las monedas una tras otra hasta dejar la bolsa vacía. Cabizbajo y derrotado, decide definitivamente abandonar ese lugar. Arrastra su pie izquierdo, impulsando a RIAM hacia la rendija de dos milímetros que separa el suelo de la máquina. Nunca pensó que el destino le jugaría tan mala pasada.